La economía argentina se encamina a una profunda desaceleración después de seis años continuos de crecimiento, y más allá del maquillaje de las cifras oficiales, la primer pregunta que deberíamos realizarnos es si los argentinos supimos aprovechar los condiciones extremadamente favorables que brindo el mundo a nuestra producción.
Para analizar esta cuestión debemos bosquejar cual fue el punto de partida de la recuperación, es decir la crisis económica del 2001. La salida de la convertibilidad, la superficie de la crisis de aquellos años, fue traumática, con grandes transferencias de recursos de los sectores bajos hacia los altos, y una asimetría de proporciones de la carga de costos del ajuste de la economía nacional.
El plan de convertibilidad había generado cambios estructurales importantes en sistema económico nacional, en concomitancia con la implementación de medidas propuestas del Consenso de Washington, entre ellos, una apertura indiscrimina de la economía, ausencia del Estado como regulador de las fallas del mercado, el retraso forzado de nuestra moneda nacional respecto del dólar, perdidas netas de empleo, marginación social de amplios sectores, entre otras.
Hoy, seis años más tarde, nos encontramos en una delicada situación, porque si bien pudimos mejorar algunos de los problemas derivados de la convertibilidad, el fondo no se ha modificado, el gobierno actual no ha sabido atacar el núcleo duro de los dilemas redistributivos de la Argentina.
En que mejoro nuestro sistema económico en el régimen kirchnerista, creemos que podemos afirmar que en tres planos básicos:
a) Vuelta del Estado a tomar un rol central como regulador de las relaciones entre los diferentes actores de la economía.
b) Liberación regulada del tipo de cambio
c) Ganancias netas de empleo
Pero las mejoras son reales, o solo representan una lavada de cara para que el bajo superficie siga todo igual, es decir, ¿mejoraron las condiciones redistributivas de la argentina bajo el gobierno kirchnerista? Claramente la respuesta es no, porque las ganancias de competitividad asociadas a la devaluación continua de nuestra moneda nacional han sido persistentemente corroídas por la elevación de los índices de inflación. El problema cambiario que se avecina, podría destruir en gran parte los progresos en materia del empleo que se consiguieron en los últimos años. Además, si bien es un paso adelante la revalorización del Estado como regulador de la economía, los sistemas implementados por el gobierno nacional a través de subsidios cruzados entre industrias, y la utilización de la política coercitiva por medios de los mismos, es poco razonable que nos lleven al optimo social declamado.
A su vez, los superávit gemelos (fiscal y externo) podrían reducirse en extremo, incluso revertirse ante el cambio de escenario internacional, el cual se presenta con bajas generalizadas de demanda de nuestros productos, con la consecuentes bajas de precios de nuestras comodyties, ello generará una disminución en la entradas de divisas, y un estrangulamiento en las arcas estatales, que junto a una presión que será ejercida en el gasto publico por reclamos de aumentos salariales a empleados públicos y de subsidios a la actividad privada, hará bajar drásticamente el superávit fiscal de los últimos ejercicios.
Si las cuestiones positivas impuestas por el régimen no tienen bases sólidas de sustentación en el tiempo, sus aspectos negativos pueden ser devastadores para la compleja realidad que se aproxima. La falta de credibilidad del INDEC oficial, la baja calidad institucional (perdida parcial de independencia del BCRA, avances del poder ejecutivo nacional sobre el poder legislativo, cercenamiento de las autonomías provinciales, ausencias de políticas de estado en materias redistributivas, etc.), el manejo discrecional del presupuesto publico generan, ante un escenario de incertidumbre y baja de la actividad a nivel global, expectativas adversas para los inversores.
En cuanto a las medidas adoptadas por el gobierno nacional, estas no remedian la situación, en primer lugar porque el estimulo del consumo es insuficiente, con tasas de interés elevadas que convalidan la tendencia alcista de estas en el mercado. Por otro lado, el plan de obra publica anunciado no esta exento de las criticas que se han planteado en cuanto a falta de transparencia y manejo discrecional, lo cual no permite generar expectativas favorables por su implementación.
Si súmanos a esto último, aquellas medidas que favorecen a los que han fugado capitales al exterior, o la evasión de impuestos, si bien mejoran la posición fiscal del 2009, empeoran la imagen publica de la Argentina en el marco internacional, afectando de esta forma las posibilidades de futuras inversiones en el país.
El escenario mas probable entonces para el año 2009 será de por lo menos un estancamiento de la actividad económica, con su correlato en el aumento del desempleo abierto, fuertes presiones sobre el tipo de cambio nominal, elevaciones de los tipo de interés locales, y estrechez fiscal que puede devenir directamente en déficit fiscal luego de varios años.
En síntesis el año 2009 será un año clave para el poder kirchnerista en razón que desenmascara las bases populistas y pocos sólidas en donde se construyo su poder. En ese sentido será importante como se configura la oposición, ya que la opción de repetir la experiencia de la Alianza esta aún latente, en donde se privilegio lo electoral a lo programático, constituyendo una poderosa herramienta electoral que fracaso por sus contradicciones internas.
En contraposición creemos que es necesario articular un amplio frente electoral basado en cuatro pilares: a) Un eje ideológico central de corte progresista o centro izquierda, con probada fe republicana; b) Una agenda común legislativa para el período 2009-2011; c) Organización básica de un programa de gobierno común para el 2011-2015; y d) Un mecanismo transparente para la elección de los diferentes candidatos ejecutivos y legislativos de todos los niveles de gobierno.
Este es el desafío del 2009, esperemos lograrlo.
Roberto Manuel Ortea
Diciembre 2009